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En busca del kilogramo universal

En busca del kilogramo

Investigadores de todo el mundo trabajan para crear una forma de medir un kilo que sea global, sin necesidad de depender del estándar que hay en París. Una réplica del prototipo del kilo, con su doble campana de cristal protectora. Wikimedia Commons

Todos sabemos lo que es un segundo o un metro, o al menos tenemos una idea aproximada. Pero a los científicos no les vale ese conocimiento de a bulto y han buscado la forma de definir esas medidas con precisión casi plena. En 1969 se determinó que un segundo es lo que duran 9.192.631.770 ciclos de un átomo de cesio 133 a una temperatura de cero absoluto. Esto ha permitido construir relojes atómicos que tardan 300 millones de años en atrasar un segundo. Otro ejemplo es el metro: la longitud que recorre la luz en el vacío en un intervalo de 1/299 792 458 segundos.

En esta liga de precisión extrema, hay una unidad de medida que ha resistido sin cambios desde el siglo XIX. El kilogramo, por ahora, sigue haciendo referencia a un simple objeto que ha cumplido ya 127 años. Desde el siglo XIX, el kilo por antonomasia es un cilindro de metal del tamaño de un huevo protegido por tres campanas de cristal en la Oficina Internacional de Pesas y Medidas (BIPM) en Sèvres, cerca de París (Francia). La cámara subterránea que lo protege solo se puede abrir con tres llaves en poder de tres personas distintas.

Desde hace décadas, los responsables de mantener la medida oficial de la masa han observado que el peso del patrón mundial fluctuaba. Comparaciones con las copias del kilogramo repartidas por el mundo mostraron en 2003 que había perdido alrededor de 50 microgramos, el equivalente a un minúsculo grano de arena. En 2013, se observó justo lo contrario. Una mota de polvo o la materia depositada en la yema de los dedos podría mancillar, aunque fuese por una cantidad ínfima, el valor de ese pequeño objeto como referencia mundial.

“El problema con el kilogramo en París es que es tan precioso que la gente no quiere utilizarlo”, afirmaba esta semana Stephan Schlamminger, un físico del Instituto Nacional de Estándares y Tecnología (NIST) en Gaithersburg, Maryland (EEUU). Un equipo dirigido por Schlamminger acaba de anunciar un avance para retirar al anciano kilo parisino y sustituirlo por una constante de la naturaleza inmune a los cambios en su entorno.

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